El peso de la historia que ahogó a un niño sirio de tres años
Aylan Kurdi murió mientras su familia intentaba llegar a las costas de Grecia para escapar de la guerra en Siria.
El miércoles 3 de septiembre el mundo abrió los ojos y vio la muerte a la cara. En las playas de Turquía, en la península de Bodrum, un niño sirio, de apenas tres años, yacía en la costa con los pulmones llenos del Mediterráneo. Aylan Kurdi murió ahogado y sin haber conocido en su vida un solo momento de verdadera calma.
Viajaba en una embarcación pequeña junto a su madre, su hermano y su padre. Se trataba de un barco endeble y sobrecargado, como cada uno de los cientos que llevan a diario a miles de personas desde Medio Oriente hacia Europa y, como pasa todos los días con otras naves, el barco de Aylan volcó.
Arrastrados por las olas del mar embravecido, Aylan y su hermano Galip -de cinco años- perdieron la vida, al igual que su madre, Reham. Solo el padre de los dos pequeños, Abdullah Kurdi, sobrevivió.
Abdullah Kurdi perdió a toda su familia en el naufragio que dio origen a la tristemente célebre foto del niño ahogado en las costas de Turquía.
Ya muerto, el niño quedó flotando a su suerte. Eventualmente, el diminuto cuerpo tocó la arena y se quedó ahí, como salen las algas del mar, vestido con la camiseta roja y un jean azul. Ropa que sus padres le habían puesto antes del viaje porque, irónicamente, el mar pudo quitarle la vida, pero no la ropa.
Este hecho, tan nimio como parece, es importante porque si la corriente hubiera despojado a Aylan de su vestimenta quizá el fotógrafo que se encontró con aquel desolador panorama no se hubiese atrevido a sacarle una fotografía. Entonces, la historia de un padre sirio que, llorando, relató el momento en que su hijo más pequeño se le escurrió de entre las manos, mientras el agua los separaba, se habría perdido entre los cientos de titulares que llenan los medios hoy en día.
Tomó la foto el fotógrafo, en todo caso, y la humanidad se encontró frente a frente con sus pecados. ¿Quién tiene la culpa por la muerte del niño de la playa? ¿Tiene sentido intentar encontrar una explicación a lo que ocurre todos los días en las costas de Europa? Dicen que aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla y el mundo, en su infinita indignación, ignora mucho.
¿Qué llevó a los padres de Aylan a intentar la difícil travesía que, a diario, se cobra la vida de otros cientos de refugiados sirios? La respuesta a este punto se encuentra en el origen de muchas de las tragedias humanas de la historia: la guerra. Una guerra de terror y fanatismo, salpicada con algunas de las mayores barbaries de las que la humanidad jamás había oído, encabezada por el terrorismo de Estado Islámico.
Hasta 2014, el mundo no había escuchado hablar del grupo terrorista, sin embargo, como explica José David Solar, historiador y periodista Español, “su origen se remonta a los inicios de Al Qaeda, durante la primera guerra de Afganistán, a finales de los 70”.
Al Qaeda, a diferencia de los advenedizos de Estado Islámico, es un antagonista largamente conocido. No lo es tanto, sin embargo, la forma en que nació este grupo. “Estados Unidos entrenó y armó a fundamentalistas en Afganistán para que peleasen contra los soviéticos”, explica Solar.
Los soldados de la Unión Soviética poco tenían que hacer frente a los experimentados guerreros afganos, que tan bien conocían la accidentada geografía de aquella nación de campesinos y, al final, se retiraron.
Cuando terminó la guerra con los soviéticos, los soldados entrenados por EEUU, que más tarde constituirían al-Qaeda, se repartieron por el mundo y lucharon en guerras en Europa del Este y otros países de Medio Oriente.
Quizá si Estados Unidos no hubiera armado a aquellos hombres de visión radical y extremista, hoy Aylan seguiría vivo, jugando en su casa, como deberían hacerlo todos los niños, no enterrado en su ciudad natal y convertido en un mártir. Aún así, aquella no fue la única ocasión que tuvieron los gobiernos occidentales de salvarle la vida al pequeño.
El 9 de abril de 2003, tanques estadounidenses entraron a Bagdad, la capital de Irak, vitoreados por la prensa internacional mientras las balas de la insignificante resistencia iraquí rebotaban contra los colosos de metal. Estados Unidos derrocó el régimen de Saddam Hussein en una batalla de elefantes contra hormigas, contando con el beneplácito de las naciones europeas más poderosas.
La niebla de la amnesia que cubre la historia con el paso de los años había olvidado que, en 1990, Hussein recibió, del mismo país que lo derrocaba, material bélico para hacer su propia guerra contra Irán e, incluso, las mismas armas químicas que después utilizaría la administración del expresidente George W. Bush como excusa para invadir el país.
El gobierno dictatorial de Hussein era, como explica Solar, “un Estado completamente laico”. No había terroristas pululando por las calles de Bagdad, ni extremistas islámicos con ansias de conquistar el mundo. “Los fundamentalistas religiosos estaban completamente reprimidos, cualquiera con posturas demasiado radicales en Irak se arriesgaba a una sentencia de muerte”.
La caída de la estatua de Saddam Hussein en Bagdad fue aclamada como un triunfo de la democracia, sin embargo, el fin del férreo régimen autoritario precipitó el auge de movimientos extremistas.
Con el desmembramiento del ‘orden’ existente en el territorio iraquí, los miembros de al-Qaeda -que habían estado deambulando en cuanto conflicto bélico surgía en el mundo-, encontraron tierra fértil para volver a hacer aquello para lo que habían sido entrenados: combatir. El terrorismo encontró una causa renovada en Oriente Medio, demasiado debilitado como para hacerle frente sin la ayuda de los gobiernos occidentales que les habían invadido.
Si las potencias occidentales no hubiesen intervenido en Irak, quizá los terroristas no habrían tenido un territorio en el cual empezar a expandir sus raíces, y los cientos de miles de seres humanos que se juegan la vida en el mar todos los días -por miedo a perderla en sus tierras- no se verían forzados a hacerlo.
Lamentablemente, la creación de al-Qaeda y la invasión de Irak no son las únicas piedras con las que las potencias occidentales contribuyeron a la tragedia de la crisis migratoria. La ‘primavera árabe’ fue el último impulso que se necesitó para desencadenar el caos, matar familias enteras y enseñarle al mundo la fotografía de un niño ahogado por el peso de sus acciones.
Los levantamientos espontáneos de la población árabe contra las viejas dictaduras de Egipto, Libia y Siria, fueron recibidos a lo largo del mundo como ejemplos de democracia, libertad y justicia. El derrocamiento de Mubarak en Egipto, el asesinato de Gadafi en Libia, todos triunfos de la democracia.
Cuando el dictador egipcio Hosni Mubarak renunció al poder, Egipto y el mundo estallaron en júbilo. Aún no sabían que la semilla de la revolución que se esparciría por Libia y Siria causaría uno de los conflictos más terribles en la historia de la humanidad.
Las cosas se salieron de control tan rapidamente que el mundo no se dio cuenta que Estado Islámico, la guerra en Siria, el Estado fallido de Libia y el fin del gobierno en Irak, eran solo la continuación de la historia. “La primavera árabe no existió”, afirma el Imam Julián Zapata, cofundador del Centro Cultural Islámico en Colombia, “lo que existió fue una primavera del terror. La orientación de los grupos que encabezaron estos movimientos era de un fundamentalismo religioso”.
“Si yo no logro entender cuál es la ideología que da origen al terror, no puedo entender el mundo”. Asegura Zapata quien explica que en las guerras de Libia y Siria lucharon, junto a los rebeldes que buscaban el derrocamiento de las dictaduras, los extremistas que luego conformarían ISIS, el grupo terrorista que en 2014 se autoproclamaría Estado Islámico.
Antes Estados Unidos había entrenado a fundamentalistas religiosos y, en aquellos países maltrechos, a punto de sumirse en el caos, lo volvió a hacer. El armamento que el gigante norteamericano destinó a apoyar a los rebeldes llegó también a manos de terroristas, los mismos con los que habían luchado durante el periodo que duró la ocupación estadounidense en Irak.
El apoyo armamentístico de Occidente fortaleció y ayudó a consolidar a ISIS. En junio de 2014, mientras Siria se debatía entre las balas de los bandos que luchaban por mantener, o derrocar, la dictadura de Bashar al-Asad, los militantes del grupo terrorista cruzaron la frontera entre Siria e Iraq, tomando por sorpresa al desorganizado ejército iraquí que Estados Unidos había armado antes de su retirada definitiva, tras más de 10 años de ocupación.
Así nació Estado islámico y la tragedia que mató a un niño de tres años, a su hermano de cinco, a su madre y a otras miles de personas, con sus propias historias y vidas truncadas, pero sin fotos en las costas para que el mundo les recuerde.
En 2014, 219.000 refugiados llegaron a Europa, no solo desde Siria, sino también desde Libia, Iraq y todos los países de Oriente Medio que, de alguna forma, han sido tocados por la mano del terror y la guerra. La cifra de refugiados para 2015 ya ha sobrepasado con creces la del 2014, en apenas los primeros siete meses del año el número ha llegado a 340.000 y las cosas no están yendo a mejor. En Siria ya son más de cuatro millones los desplazados.
Abdullah Kurdi, único sobreviviente del naufragio que se cobró la vida de toda su familia, contó a los medios que, antes de emprender aquella fatídica jornada, solicitó asilo a Canadá. No hace falta decir, ante el triste desenlace de su historia, que la solicitud le fue negada.
En Europa nadie le esperaba con los brazos abiertos tampoco, los Gobiernos europeos se habían negado, hasta que la foto de su hijo salió a la luz pública, a recibir a muchos de los inmigrantes que huyen del conflicto.
En medio de la tragedia, el retrato de Aylan, que solo en esa playa pudo escapar de las miserias que el mundo le había deparado, ha hecho reaccionar a los países de la Unión Europea. Alemania y Austria abrieron sus puertas a los refugiados que se encuentran en países de transición, principalmente Hungría, y se ha propuesto triplicar la cantidad de asilados que el viejo continente está dispuesto a recibir: de 40.000 a 120.000.
Muchos países se resisten, en todo caso, a aceptar la cifra, que se queda en pañales ante la magnitud de lo que sucede en Oriente Medio. Según datos de la ONU, en Siria el 40% de la población se encuentra en una situación de crisis, implicados en la guerra.
“Por favor, papá no te mueras ” fueron las últimas palabras del niño de la playa que hoy, de una forma u otra, descansa. ¿Cuántos futuros naufragados hace falta fotografiar para cumplir aquella petición? la respuesta está ahora en las manos de los que no miran a la cámara.